sábado, 16 de agosto de 2008

Ana no aparentaba tener 53 años. Cuando encogía sus piernas doradas sobre la silla parecía tener 15, como esas adolescentes que se cubren con una carpeta para ocultar su incipiente pecho. Me hubiese gustado haberle dicho una noche en el patio: -la verdad es que eres muy bella, y también -me gustaría morderte una nalga (¡eran tan lindas!).

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Estás tan flaquita... a partir de ahora diré "enhebrar".

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