viernes, 8 de agosto de 2008

Mi primer compañero de habitación se llamaba Juan Carlos. Lo primero que hice fue mirarle las dos fabulosas supercicatrices simétricas que tenía en la frente y que le daban un aspecto de sumiso experimento biológico.
Nunca llegamos a compartir habitación en verdad porque ese mismo día se fue de permiso de fin de semana y el lunes ya tuvo el alta. Unos días antes de marcharme me enteré que aquellas cicatrices eran consecuencia de una operación para controlar el trastorno obsesivo-compulsivo. La primera idea que tuve sobre él fue que tuvo que ser un ser antisocial lobotomizado por su excesiva violencia, terror de su madre y su padre, y que ahora tendría que ser suave suave como la seda.
(La responsable de que esta idea prejuiciosa habitara agazapada en mi mente la tiene una persona que una vez me dijo que en su tienda entraba un tipo muy violento, antiguo compañero de colegio, que apareció con una cicatriz en la frente y aspecto de cordero...)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Lo primero que hice fue mirarle las dos fabulosas supercicatrices" ¿Porqué eran fabulosas?

Napoleón Lasagabaster dijo...

porque eran grandes, simetricas, y con el pelo rapado ademas resaltaban. y porque pensar que a alguien le pueden abrir el craneo para removerselo es asqueroso.