viernes, 20 de febrero de 2009

Rabia

Parece que acaba de descubrir, después de 20 años, que Napoleoncito fue medianamente inteligente. Antes no era posible porque tal reconocimiento iría contra sí misma: una inteligencia despejada sólo puede servir para hacer deberes (para obedecer mejor) y para no quedar por debajo cuando las otras madres hablaran de las estupideces de sus hijos a la hora del café. Para otra cosa sería un peligro, una aberración, una contravención de las leyes fundamentales de su absorvente idea de maternidad.

Una vez le soltó esto: "¡No me puedo creer que te haya parido!". Tenía 15 años. ¿Qué culpa tenía él de que ella no le comprendiese? Cuando Napoleoncito le devolvió la frase cuatro años más tarde ("no me puedo creer que yo sea tu hijo") ella empezó a tomarlo por enfermo. Una dueña de la casa no necesita aplicarse el cuento ni comprender su propio lenguaje.

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