domingo, 11 de noviembre de 2007

Me hacía un colacao. Entonces, con el vaso en la boca, imaginaba, otra vez, a la bibliotecaria nueva y la orondez de su cuerpo. Los ojos se perdían en el fondo del vidrio... Sus grandes senos, su cara pálida y limpia, el modo de andar ligero, de bailarina, como si lo único pesado fuera el mundo.
Era bajita. Tan bajita que tenía que ponerse de puntillas para alcanzar el último anaquel de la estantería. Ella era la Bibliotecaria, la guardadora de los libros secretos, de aquellos libros que esperan a ras de suelo y que nadie lee porque temen agacharse.

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