sábado, 29 de marzo de 2008

La percepción es terrible, terrible, terrible. Cada vez de descomposición en mi conciencia, cada elusión, cada alusión, cada emulsión de memoria es como un rayito laser colorado que trepana el cráneo de un lado a otro.
Hacerse fuerte para aspirar a gloria alguna ¡me niego a reaprender catolicismo!¡me niego a sobrellevar este agujero entre sien y sien!

¿Y es que nadie va a apagar el interruptor?

Me jactaba de autosuficiencia.

Lo que fui me saluda disuelto entre la arena del reloj. Lo imagino como hombre del desierto, moreno, quemado, viejo, ataviado de beduino, montado sobre un camello. Él conoce la palabra exacta cuando tiene sed. Él sabe adónde va, yo no. Sigue dejando huellas sobre la arena, y no me llama. Hijo de la misma madre ¿ni siquiera tú vas a apagar el interruptor?

Los recuerdos sí son autosuficientes.

Mientras.


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