viernes, 12 de septiembre de 2008

La gilipollez se apodera de mí.

No has dejado que las palabras signifiquen. Por eso tan prolijo, tan obseso del decir. Por eso no soportaba hablar de mí. Tanta palabra puede pervertir lo que toca. Sobriedad, sobriedad, sobriedad: mandato interno en todo. Silencio. No excesiva alegría, ni excesiva tristeza. Preséntate con justeza de gestos y de tiempo, sé moderadamente encantador (sabes que es la manera más propia de ser encantador), no dejes huella, no permitas que otros adivinen tu medida, recuerda el camino de vuelta, cuando el viento sople a tu favor no sonrías demasiado, si quiebran tu voluntad no te resientas, no odies, no insultes, se recto como el Viento, más viejo que tu abuelo, desprecia a los pájaros, adelántate dos pasos al resto y después huye de sus miradas, conviértete en secreto, en secreto moderado que sepas desvelar lentamente o te envenenarás. Ya te has envenenado. No dejes que ninguna representación se apodere de tu mente sin porfiar con otra, camina recto mientras lo piensas, no es ansiedad, es tu camino [fue tu camino].

¿quién me creeré yo?
que alguien apague el interruptor

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Quién eres? quién eres o quién deseas ser. Nunca se sabe realmente como se es, uno se ve a si mismo de una forma, el resto del mundo de otra, y actuamos y pensamos de otra diferente.