viernes, 17 de octubre de 2008

Capitán Ahab

"-Tengo humor para su mandíbula torcida, y para las mandíbulas de la Muerte también, capitán Ahab, si viene por el camino del negocio que seguimos; pero he venido aquí a cazar ballenas, y no para la venganza de mi jefe. ¿Cuántos barriles le dará la venganza, aunque la consiga, capitán Ahab? No le producirá gran cosa en nuestro mercado de Nantucket.
-¡El mercado de Nantucket! ¡Bah! Pero ven más acá, Starbuck: necesitas una capa un poco más profunda. Aunque el dinero haya de ser la medida, hombre, y los contables hayan calculado el globo terráqueo como su gran oficina de contabilidad, rodeándolo de guineas, una por cada tercio de pulgada, entonces, ¡déjame decirte que mi venganza obtendrá un gran premio aquí!
[...]
-¡Venganza contra un animal estúpido -gritó Starbuck-, que le golpeó simplemente por su instinto más ciego! ¡Locura! Irritarse contra una cosa estúpida, capitán Ahab, parece algo blasfemo.
-Pero vuelve a oír otra vez, ¿y esa capa más profunda? Todos los objetos visibles, hombre, son solamente máscaras de cartón piedra. Pero en cada acontecimiento (en el acto vivo, en lo que se hace sin dudar) alguna cosa desconocida, pero que sigue razonando, hace salir las formas de sus rasgos por detrás de la máscara que no razona. Si el hombre ha de golpear, ¡que golpee a través de la máscara! ¿Cómo puede el prisionero llegar fuera sino perforando a través de la pared? Para mí, la ballena blanca es esa pared, que se me ha puesto delante. A veces pienso que no hay nada detrás. Pero basta. Me ocupa, me abruma, la veo con fuerza insultante, fortalecida por una malicia insondable. Esa cosa inescrutable es lo que odio más que nada, y tanto si la ballena blanca es agente, como si es principal, quiero desahogar en ella este odio. No me hables de blasfemia, hombre; golpearía al sol si me insultara. Pues si el sol podía hacerlo, yo podría hacer lo otro, puesto que siempre hay ahí una especie de juego limpio que preside celosamente todas las criaturas. Pero ni siquiera ese juego limpio es mi dueño, hombre. ¿Quién está por encima de mí? La verdad no tiene confines. ¡Aparta tu mirada!, ¡una mirada pasmada es más intolerable que las ojeadas fulminantes del enemigo! Eso, eso; enrojeces y palideces; mi calor te ha hecho fundirte en llamarada de ira. Pero fíjate, Starbuck, lo que se dice acalorado, se desdice a sí mismo. Hay hombres cuyas palabras acaloradas son pequeñas indignidades. No quería irritarte. Déjalo estar."

Moby Dick
Capítulo XXVI - La toldilla
Herman Melville

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